jueves, 12 de abril de 2007

Antonio Lobo Antunes

Mi muerte



Hablo poco. Hablo poco y cada vez hablo menos. En primer lugar porque me distraigo y olvido el tema de las conversaciones y en segundo lugar porque las personas no esperan que les responda sino que las oiga, lo que es fácil si asientes de vez en cuando y dices
         -Pues claro
       cuando me miran con las cejas levantadas a la espera de aprobación y aplauso. Me he hecho un especialista del
         -Pues claro
        que sé pronunciar por lo menos en veintitrés tonos diferentes según el humor y el ímpetu
        (o la falta de él)
        del interlocutor, y si me preguntan con sorpresa

        -¿Pues claro qué?
      tuerzo la boca en una sonrisa enigmática y sutilmente aprobadora para que el otro, tranquilizado, deshaga sus dudas, me dé en el hombro una palmada satisfecha, suelte con alivio
         -Me di cuenta enseguida de que estabas de acuerdo conmigo
      y se lance a un relato sinuoso en cuya primera curva me pierdo, aunque vuelva a murmurar pensando quién sabe en qué
         -Pues claro
      en los intervalos de silencio que de vez en cuando me abren, destinados a mi admiración y a mi aplauso. 
         Porque yo no puedo hablar
         (y no hablo)
      pero estoy de su parte, estoy siempre de su parte, y estoy de su parte por no haber escuchado nada y porque detesto argumentar, tener razón, opiniones, convicciones, motivos. Por eso me limito al
         -Pues claro
       y al asentimiento mudo. Concentrado. Fruncido el ceño. Fraternal. Algunas veces sustituyo esta forma de aplauso por un suspiro que significa
        -A mí me lo vas a decir
         o por el adverbio
         -Exactamente
       que al contrario de lo que se pueda imaginar es el más vago, el más inocuo y estimulante de los comentarios, aquel que posibilita a mi compañero explorar diversas variantes de su tema, cotejarlas, elegirlas, rechazarlas, enfrentar unas con otras, valorar su densidad y su peso
         -Exactamente
         que en general hago seguir de la frase
         -Ya te digo
         que hasta ahora se ha revelado como un éxito seguro. Por eso no comprendo lo que ocurrió la semana pasada, cuando Pedro me telefoneó y quedamos en la cafetería de al lado de la casa. Yo pedí un té de limón y él pidió un café y comenzó a hablar. Eran las tres de la tarde, sólo había un señor mayor resolviendo crucigramas en una mesita cerca del escaparate y el camarero limpiando botellas detrás de la barra. No comprendo porque me comporté como de costumbre. Dije
          -Pues claro
          asentí con la cabeza, esbocé la sonrisa enigmática, alentadora, murmuré en cuatro o cinco ocasiones
          -Ya te digo
         suspiré solidario
          -A mí me lo vas a decir
          Pedro me dio en el hombro una palmada satisfecha
          -Me di cuenta enseguida de que estabas de acuerdo conmigo
          y aproveché para añadir, pensando en Ana, en el cuerpo de Ana, en los besos de Ana
          -Si yo fuese tú haría lo mismo
          y no entiendo el  motivo que lo llevó a sacar el revolver y a pegarme dos tiros en el pecho.
          Me preocupa sobre todo que Ana se quede sola con los niños por tener a su marido en la cárcel. Me preocupa también no poder visitarla por estar aquí en el hospital conectado a este aparato sin poder levantarme. Es poco probable que vuelva a verla: el médico ha accedido a esperar a que mi hermana menor llegue del Fundao para despedirse de mí antes de desconectar el aparato.