Memento Mori
1
"What like a
bullet can undeceive!"
—Herman Melville
Tu esposa siempre decía que ibas tarde para tu propio
funeral. Recuerdas? Esa pequeña broma te la hacía constantemente porque eras un
vago – siempre tarde, siempre olvidándote de las cosas, incluso desde antes del
incidente.
En este instante probablemente te preguntes si eras tú el
que se dirige tarde para el funeral de ella.
Estuviste ahí, puedes estar seguro de ello. Para eso es la
foto que se encuentra clavada en la pared junto a la puerta. No es costumbre
tomar fotos en un funeral, pero alguien, tus doctores (supongo) creyeron que no
lo ibas a recordar. Ellos la dejaron ahí, grande y bonita, cerca de tu puerta,
donde no pudieras evitar verla cada vez que te levantes.
Ves el chico de la foto, aquel con las flores? Ese eres tú.
Y qué estás haciendo? Estas leyendo la lápida, intentando descifrar en qué
funeral te encuentras; de la misma manera que ahora intentas entender por qué
alguien colocó esa foto cerca a la puerta. ¿Por qué molestarse en leer algo que
no recuerdas?
Ella se fue, se fue y se fue para bien, y tú, debes estar
sintiendo un dolor horrible en este momento, mientras te enteras de esta mala
noticia. Créeme. Sé cómo te sientes. Probablemente estás destrozado. Sin
embargo dale cinco minutos o tal vez diez y quién sabe si hasta de pronto,
puedas ir media hora antes de que lo olvides.
Pero lo vas a olvidar, te lo garantizo. Un par de minutos
más y te dirigirás a la puerta buscándola otra vez cuando veas la foto. Cuantas
veces tendrás que oír la noticia, antes de que una parte de tu cuerpo diferente
de ese destrozado cerebro tuyo empiece a recordar?
La pena nunca termina ni tampoco la rabia. Es inútil si no
sabes a dónde dirigirla. Posiblemente no puedas entender qué demonios está
pasando. Te confieso que tampoco puedo entenderlo. Una amnesia retrograda. Eso
es lo que dice el letrero. La enfermedad de NRM[1]. Tu suposición es tan buena
como la mía.
Lo más probable es que no entiendas qué te paso. No obstante
lo anterior, sí puedes recordar que le ocurrió a ELLA ¿estoy en lo cierto? Los
doctores no quieren hablar de eso. Ellos no quieren responder mis preguntas ya
que creen que no está bien que un tipo en tu condición oiga sobre esas cosas.
Sin embargo, ¿recuerdas lo suficiente, cierto? Recuerdas su rostro.
Esa es la razón por la que te escribo. Algo estúpida,
supongo. No sé cuántas veces tendrás que leer esto antes de oírme. La verdad
tampoco sé cuánto tiempo has estado encerrado en ese cuarto. Tú tampoco lo sabes.
Pero tienes una ventaja al olvidar y es que olvidarás estimarte como un caso
perdido.
Tarde o temprano vas a querer hacer algo con eso y va a ser
en ese momento que confiaras en mí, porque soy el único que puede ayudarte.
2
Earl abre un ojo después del otro para ver un tramo del
techo de tejas blancas, interrumpido por un letrero escrito a mano sobre su
cabeza, que era lo suficientemente grande para que lo pudiera leer desde su
cama.
El reloj despertador sonaba en algún lado. Earl leyó el
cartel, parpadeó, lo leyó de nuevo, y luego miró alrededor de la habitación.
Era un cuarto blanco, abrumadoramente blanco, desde las
paredes y cortinas, hasta los muebles y el cubrecama. El despertador seguía
sonando desde la mesa blanca al lado de la ventana con cortinas blancas.
Probablemente en ese punto, se percató que estaba encima de su cubrelecho
blanco. Tenía puesta una bata y zapatillas.
Se recostó para leer de nuevo el letrero en el techo que
decía con gigantescas mayúsculas ESTA ES TU HABITACIÓN. ESTA ES TU HABITACIÓN
EN EL HOSPITAL. ES DÓNDE VIVES AHORA.
Earl se levantó para dar un vistazo alrededor suyo. La
habitación era muy grande para ser la de un hospital—el linóleo vacío se
extendía desde la cama hacia tres direcciones: dos puertas y una ventana. La
vista desde esta no ayudaba mucho: unos árboles en un césped bien cuidado, que
terminaban en una carretera de asfalto con dos carriles. Los arboles se
encontraban pelados, lo que indicaba que la primavera estaba por empezar o
terminaba el otoño.
Cada pulgada de la mesa estaba cubierta por post-it,
documentos cuidadosamente impresos, manuales de psicología y fotografías
enmarcadas. Encima de todas esas cosas, reposaba un crucigrama medio hecho. El
despertador estaba sobre unos periódicos doblados. Earl apagó la alarma del
despertador para tomar un cigarrillo del paquete que tenía en la manga de su
camisa. Dio una palmadita en los bolsillos vacíos de su piyama en busca de un
cerillo, revolvió los papeles de la mesa y revisó los cajones.
Eventualmente se encontró con una cajita de fósforos pegada
en la pared al lado de la ventana. Otro letrero estaba encima de la caja y
decía en grandes letras amarillas: ¿UN CIGARRILLO? MIRE LOS QUE ENCENDIÓ,
IDIOTA.
Earl se rió del letrero, encendió su cigarrillo y tomó una
chupada. Pegado en la ventana frente a él, estaba otro trozo de papel de
libreta titulado como TU HORARIO.
En él, había una tabla con todo el día dividido en horas: de
10 de la noche a 8 de la mañana, “VUELVE A DORMIR”. Earl observó el reloj
despertador para percatarse que eran las 8:15. Según la luz de afuera, debía
ser de día. Miró su reloj: 10:30. Luego, lo acercó a su oído para escucharlo y
ajustarlo con base en el reloj despertador.
De acuerdo con el horario, entre las 8 y las 8:30, era el
momento de LAVARSE LOS DIENTES. Earl rió de nuevo y caminó al baño.
La ventana del baño estaba abierta. Cruzó los brazos por el
frio y se percató de un cenicero con un cigarrillo quemándose en su ceniza.
Frunció el ceño, apagó la colilla y la reemplazó con otra.
El cepillo de dientes estaba untado de crema. El grifo era
de aquellos que tienen un botón, para que cada vez que fuera oprimido, botara
agua. Earl estrujó el cepillo en su boca y lo movió en ella mientras abría el
botiquín. Los estantes estaban repletos de vitaminas, aspirinas y
antidiuréticos de un solo uso[2]. El enjuague bucal también era de un solo uso
y contenía un líquido azul dentro de una botella de plástico cerrada que
alcanzaba simplemente para llenar un vaso pequeño. Solo la crema de dientes era
de tamaño normal. Earl escupió la pasta que tenía en la boca y la reemplazó con
el enjuague bucal. Luego, dejó el
cepillo de dientes cerca a la crema y a continuación, se percató de un pequeño
papel doblado entre el estante de vidrio y la parte trasera de metal del
botiquín. Escupió el espumoso fluido azul en el fregadero y tomó más agua para
botar los residuos. Después de aquel ritual, cerró el botiquín y sonrió ante su
reflejo en el espejo.
“¿Quién necesita media hora para lavar sus dientes?”
El papel estaba doblado en un tamaño diminuto, por lo que
parecía una nota de estudiante de sexto año de primaria. Earl lo desdobló y lo
alisó con el espejo para leer el contenido del papelito:
SI PUEDES LEER TODAVÍA ESTO, ES PORQUE ERES UN ASQUEROSO
COBARDE
Earl quedó estupefacto, observó nuevamente el papel y lo
volvió a leer. Luego lo volteó y se percató que por detrás decía lo siguiente:
PD: DESPUÉS DE QUE HAYAS LEÍDO ESTO, ESCÓNDELO DE NUEVO.
Earl leyó de nuevo los dos lados y posteriormente dobló la
nota al tamaño original para dejarla escondida tras el tubo de la crema de
dientes.
Se fijó en ese momento en su cicatriz, que empezaba detrás
de su áspera y gruesa oreja y desaparecía abruptamente donde nace su pelo. Earl
se volteó y observó por el rabillo del ojo la trayectoria de su cicatriz; la
siguió con la yema de un dedo antes de volver a mirar el cigarrillo quemándose
en el cenicero. Un pensamiento entró en su mente, y después, salió del baño.
La puerta de su habitación atrajo su atención mientras tenía
una mano en el pomo. Dos fotos estaban clavadas en la pared, cerca de la
puerta. La atención de Earl se dirigió inicialmente a la resonancia magnética
en la que se podía ver un pequeño marco negro y brillante, con el cráneo de
alguien. La foto había sido marcada como TU CEREBRO. Earl la observó. Miró sus
círculos concéntricos en diferentes colores. Diferenció las grandes órbitas de
sus ojos y detrás de ellas, los lóbulos gemelos de su cerebro; pequeñas
arrugas, círculos y semicírculos. En la
mitad de su cabeza estaba señalado con un marcador, como gusano en albaricoque,
desde la parte de atrás de su cuello, algo diferente. Deformado, roto, pero
exclusivo. Una mancha negra con forma de flor que reposaba en la mitad de su
cerebro.
Earl se inclinó a mirar la otra foto. Era una fotografía de
un hombre con flores, parado al lado de una tumba recién cavada. Estaba
inclinado leyendo la lápida. Por un momento se miró como en un salón de espejos
o al comienzo de un sketch infinito: Earl miró la foto una y otra vez, viendo
al pequeño personaje que estaba en ella, inclinado y leyendo la lápida durante
mucho tiempo. Luego empezó posiblemente a llorar o quizás miró el dibujo en
silencio. Finalmente, volvió a su cama donde se acostó cerrando los ojos para
intentar dormir.
El cigarrillo terminó de quemarse en el baño. El reloj
despertador contó hasta diez y volvió a sonar de nuevo.
Earl abre un ojo después del otro para ver un tramo del
techo de tejas blancas, interrumpido por un letrero escrito a mano sobre su
cabeza, que era lo suficientemente grande para que lo pudiera leer desde su
cama.
3
No podrás tener una vida normal nunca más. Debes saberlo.
Como puedes tener una novia si no puedes recordar su nombre? No podrás tener
niños, a menos que quieras que ellos crezcan con un padre que no los reconoce.
Seguro que no podrás conseguir trabajo. No hay muchas profesiones que valoren
el olvido, salvo posiblemente la prostitución o seguramente la política.
No. Tu vida se acabó. Eres hombre muerto. La única cosa que
los doctores desean hacer es enseñarte a que no seas una carga para los
camilleros, y ellos probablemente no te dejen ir nunca a tu casa, donde sea que
esté.
Así que la cuestión no es “ser o no ser”, porque no lo eres.
La cuestión es si deseas hacer algo con aquello; si te interesa la venganza.
Para la mayoría de la gente sí. En pocas semanas, ellos
planean, maquinan y toman medidas para realizar su objetivo. Pero el paso del
tiempo es lo que se necesita para corroer ese impulso inicial. El tiempo roba;
¿no era lo que ellos decían? Y el tiempo eventualmente convence a la mayoría de
ustedes que el perdón es una virtud. De manera conveniente, cobardía y perdón
se ven igual desde una determinada distancia. El tiempo te arrebata tu coraje.
Si el tiempo y el miedo no son suficientes para disuadir a
las personas de su venganza, siempre está la autoridad, quien moviendo
suavemente su cabeza dirá: Nosotros lo entendemos, pero usted va a ser mejor
persona si lo deja ir. Va a estar por encima de ellos. No se rebajará a su
nivel. Y además dice la autoridad: si intentas algo estúpido, te encerraremos
en una pequeña habitación.
Aunque ellos ya te encerraron en una pequeña habitación,
¿no? Solo que no te encerraron con llave ni te cuidan completamente porque eres
un lisiado. Un cadáver. Un vegetal que probablemente no podrá recordar que
tiene que comer o cagar si alguien no está ahí para recordarte.
Y el paso del tiempo…ya no te importa, ¿cierto? Siempre los
mismos diez minutos, una y otra vez. Así que, ¿cómo puedes perdonar, si ni
siquiera recuerdas olvidar?
Probablemente eres del tipo de los que dejan así, ¿no? Eso
era antes. Pero ya no eres el hombre que solías ser. Ni siquiera la mitad. Eres
una fracción; eres el hombre de los diez minutos.
Claro, la debilidad es mayor. Es el impulso principal.
Probablemente prefieras estar sentado y llorando en tu cuartico. Vivir en tu
finita colección de recuerdos, puliéndolos cuidadosamente uno tras otro. Media
vida detrás de un vidrio, enclavijada en un cartón como si fuera una colección
de bichos exóticos. ¿Prefieres vivir detrás del vidrio? Conservado en aspic.
Eso quisieras, pero no puedes, ¿cierto? No puedes por la
última adición a tu colección. La última cosa que recuerdas. La cara de él, ese
rostro y tu esposa, observándote y pidiéndote ayuda.
Y puede que ahí sea donde tú puedas retirarte cuando todo
acabe. Tu pequeña colección. Ellos pueden encerrarte en otro cuarto pequeño y
puedes vivir el resto de tu vida en el pasado. Pero únicamente si tienes un
papelito en tu mano que diga que ya lo atrapaste.
Sabes que digo la verdad. Sabes que hay un montón de cosas
por hacer. Parece imposible, pero estoy seguro que si cada uno cumple con su
parte, algo se nos ocurrirá. Pero no tienes mucho tiempo. Tienes de hecho, solo
diez minutos antes de que todo de empiece de nuevo. Así que haz algo con el
tiempo que tienes.
4
Earl abrió sus ojos y parpadeó en la oscuridad mientras
sonaba el despertador. Decía 3:20. La luz de la luna entraba por la ventana,
indicando que debía ser muy temprano en la madrugada. Earl encendió con torpeza
la lámpara, con un movimiento brusco y por poco la tira al suelo. Aquella luz
incandescente se propagó por la habitación, coloreando de amarillo los muebles
metálicos, las paredes, y también la frazada. Luego se acostó boca arriba para
mirar encima las tejas –también amarillas— del techo, interrumpidas por un
letrero escrito a mano. Earl leyó aquella inscripción dos, o quizás tres veces,
antes de parpadear y mirar el cuarto alrededor suyo.
Era una habitación sin muchos muebles, probablemente
institucional. Había un escritorio al lado de la ventana, el cual estaba casi
vacío; con excepción de un despertador cuya alarma sonaba por todo el lugar. En
aquel momento, Earl probablemente se percató de que estaba vestido y tenía
hasta sus zapatos puestos debajo de las sabanas. Se levantó de su cama y se
dirigió el escritorio. Nada de aquella habitación podría sugerir a cualquier
observador, que alguien vivía, vive o vivió en aquel sitio, excepto aquellos
curiosos recortes de cinta pegados en uno y otro lado de la pared. No hay
fotos, no hay libros, nada. Por la ventana se puede ver una luna llena
brillando sobre aquel césped pulcramente cuidado.
Earl presionó el botón de apagar la alarma del despertador y
luego miró fijamente las dos llaves pegadas con cinta que tenía en la parte
trasera de su mano. Empezó a quitarse la cinta, mientras observaba los cajones
vacíos. En el bolsillo izquierdo de su chaqueta descubrió un montón de títulos
valores por valor de cien dólares, junto a una carta en sobre cerrado. Luego
procedió a revisar el resto de la habitación y el baño donde solo había
fragmentos de cinta, colillas de cigarrillo y nada más.
Earl jugó de manera distraída con el tejido de la cicatriz
que había en su cuello mientras se devolvía para la cama. Se acostó boca
arriba, para mirar de nuevo el techo y leer el letrero encima de él: SAL. SAL
DE AHÍ AHORA MISMO. ESA GENTE ESTÁ TRATANDO DE MATARTE.
Earl cerró sus ojos.
5
¿Recuerdas cuando intentaron enseñarte a hacer listas en la
escuela? Aquellos tiempos en que el reverso de tu mano era tu agenda del día.
Si por alguna razón, aquellas asignaciones se iban con el agua de la ducha,
simplemente no los hacías. No hay dirección, decían. No hay disciplina. Así que
intentaron forzosamente que lo escribieras en un sitio en donde durara más.
Claro, tus profesores se orinarían de la risa si te vieran
ahora, ya que te has convertido en el fruto exacto de sus lecciones sobre
organización; ni siquiera puedes ir a mear sin consultar una de tus listas.
Ellos tenían razón. Las listas son las únicas capaces de
sacarte de este lío.
Esta es la verdad: la gente, incluso la gente normal, no es
más que una persona con una serie de atributos. No es tan simple. Todos estamos
a merced del sistema límbico, de nubes de electricidad fluyendo por nuestro
cerebro. Cada hombre está dividido en fracciones de veinticuatro horas, a las
que le siguen otras veinticuatro horas y así sucesivamente. Es una pantomima
cotidiana, un hombre tras otro cediendo el control: un backstage lleno de
perdedores implorando por sus 5 minutos de fama. Cada semana, cada día. El
hombre enfadado le cede la antorcha al malhumorado, este a su vez al adicto al
sexo, al introvertido, al extrovertido, etc. Cada hombre es una turba, una
larga cadena de idiotas.
Esta es la tragedia de la vida: por solo unos pocos minutos
de cada día, cada hombre se vuelve un genio. Son instantes de lucidez, de
revelación, como quieras llamarlo. Las nubes se bifurcan, los planetas se
alinean y todo empieza a ser obvio: Debo dejar de fumar, posiblemente; como
puedo ganar rápidamente un millón de dólares, o cual es la llave eterna de la
felicidad. Esta es la miserable verdad: por unos pocos instantes, los secretos
del universo son expuestos a nosotros simples mortales. La vida es como el
truco barato de un prestidigitador.
Pero entonces el genio, el erudito, tiene que pasar la
antorcha al chico que sigue en la vía, quien seguramente es un pobre diablo que
solo quiere comer una simple bolsa de papas y aquella inspiración, lucidez y
salvación le es confiada a un imbécil, a un hedonista o a un simple
narcoléptico.
La única forma de salir de este enredo, obviamente, es tomar
medidas para asegurarte que controlas a todos esos idiotas en los que te
conviertes. Coger de la mano a cada uno de aquella cadena de idiotas y
dirigirlos. La mejor forma de hacerlo es con una lista.
Es como una carta que te escribes a ti mismo. Un plan
maestro, preparado por el chico que puede ver la luz, hecho con instrucciones
sencillas para que el resto de idiotas comprendan; que puedan seguir los pasos
desde el uno hasta el cien. Repítelo cuantas veces sea necesario.
Tu problema es un poquito más agudo, posiblemente, pero
fundamentalmente es el mismo.
Es como aquel programa de computadora, “La Habitación
China”, ¿lo recuerdas? Un chico se sienta en una pequeña habitación con unas
cartas con letras en un lenguaje que no comprende, las cuales tiene que ordenar
con la secuencia que otro le dictamina. Las cartas, una vez ordenadas,
presuntamente forman un chiste en chino, pero el chico, por supuesto, no
entiende el idioma. Solo sigue instrucciones.
Hay unas diferencias obvias con tu situación, claro:
escapaste de la habitación en que te tenían, así que todo el programa debe ser
portátil. Y el chico que da las instrucciones…bueno ese eres tú también, o al
menos, una versión anterior de ti.
Y la broma que resulta al final… puede que sea graciosa[3],
aunque no creo que los demás la encuentren cómica.
Esa es la idea. Todo lo que tienes que hacer es seguir tus
instrucciones. Como al subir las escaleras o descender de las escalinatas. Un
escalón a la vez, siguiendo la lista. Así de sencillo.
Y el secreto –obviamente—de cualquier lista es mantenerla en
un lugar donde puedas verla.
6
ÉL PUEDE OIR EL ZUMBIDO por medio de sus pestañas.
Insistentemente. Estira el brazo con dirección al reloj despertador, pero no
puede apagarlo porque su brazo está inmóvil.
Earl abre sus ojos y ve a un grandulón inclinado sobre él.
El hombre lo observa irritado, y continua con su trabajo. Earl observa
alrededor de él: está muy oscuro para que sea la oficina de un doctor.
Es entonces cuando el dolor inunda su cerebro, bloqueando el
resto de preguntas que tiene. Se retuerce de nuevo, jala salvajemente su
antebrazo que le quema como si estuviera en llamas. El brazo no se mueve y el
hombre vuelve a mirarlo de manera odiosa. Earl se acomoda en la silla para
mirar por encima de la cabeza del hombre.
El ruido y el dolor provienen de una pistola que se
encuentra el mano del hombre…un arma con una aguja donde debería haber un
cañón. La aguja se clava en la parte inferior del antebrazo de Earl, en la
carne viva, marcando unas letras con su paso.
Earl intenta acomodarse de nuevo intentando ver mejor las
letras en su brazo, pero no puede. Por lo tanto, se recuesta y observa el
techo.
Eventualmente el tatuador apaga el ruido; limpia con gasa el
antebrazo de Earl y va a un cuarto donde saca un panfleto que describe qué se
debe hacer en caso de posible infección. Después, posiblemente, le cuente a su
esposa sobre el hombre y su pequeña nota. Posiblemente su esposa lo convenza de
llamar a la policía.
Earl observa su brazo. Las letras brillan en su piel con un
pequeño sangrado. Ellas salen desde la correíta de su reloj hasta el parte
interior del codo. Earl parpadea luego de ver el mensaje y lo lee de nuevo.
Este dice con pequeñas letras mayúsculas, YO VIOLÉ Y ASESINÉ TU ESPOSA.
7
Hoy es tu cumpleaños, así que te tengo un regalito. Desearía
haberte comprado una cerveza, pero quien sabe dónde habría terminado.
Así que…te traje una campanita. Creo que empeñé tu reloj
para comprarla, pero de todas formas, ¿para qué demonios te sirve un reloj?
Probablemente te estás preguntando, ¿por qué una campana? De
hecho, estoy seguro que te lo vas a preguntar cada vez que la encuentres en tu
bolsillo. Ya hay muchas palabras. Demasiadas para cada pregunta a la que
quieres encontrarle su respuesta.
Bueno no, es una broma. Una broma pragmática. Pero piénsalo
de esta manera: No estoy me estoy riendo de ti, sino contigo.
Me gustaría pensar que cada vez que tú metas tu mano en tu
bolsillo para sacar la campanita, te preguntes ¿por qué tengo esta campanita? Y
una parte de ti, una pequeña pieza de tu roto cerebro lo recuerde y te rías
como yo lo hago ahora.
Además ya sabes la respuesta. Es algo que ya aprendiste. Así
que si le echas cabeza, lo sabrás.
En tiempos remotos, la gente estaba obsesionada con el miedo
a ser enterrada viva. Lo recuerdas? La ciencia médica no era una mínima parte
de lo que es hoy, por lo que no era extraño que de un momento a otro, muchos
desgraciados despertaran en un ataúd. Por tal razón los ricos tenían pequeños
tubos de respiración en sus ataúdes, que partían desde su cajón y llegaban a
estar por encima del barro; para que en el hipotético caso que alguno de ellos
despertara bajo tierra, no se quedara sin respiración. Ahora bien, ellos
probablemente probaron los tubos y se percataron que podían gritar a todo
pulmón a través de ellos, pero eran muy estrechos para llevar el sonido. Por lo
menos no el necesario para llamar la atención. Por tal razón incrustaron en los
tubos, unas cuerdas atadas a campanitas que estarían en las lapidas. Si el
muerto volvía a la vida, lo único que tenía que hacer era agitar la campanita
hasta que alguien viniera y lo sacara de aquel agujero.
Estoy riéndome ahora, mientras te imagino en un bus o
probablemente en un restaurante de comidas rápidas, con tu mano introduciéndose
en tu bolsillo y encontrándose con la campanita; mientras te preguntas de donde
vino, por qué la tengo. Posiblemente la hagas sonar también.
Feliz cumpleaños, compañero.
No sé quién satanáces encontró una solución a nuestro
problema, por lo que no sé si te debo felicitar o me debo felicitar a mí mismo.
Lo admito, es un pequeño cambio en tu estilo de vida, pero sin embargo, es la
solución más elegante.
Mírate y encontrarás la respuesta.
Eso suena como algo salido de una tarjeta de felicitación de
esas que venden en las papelerías de los supermercados. No sé cómo se te
ocurrió, pero me quito el sombrero ante ti. No es que entiendas de qué demonios
ando hablando, pero honestamente, ha sido una idea genial. Después de todo, la
gente necesita espejos para recordarse a sí misma quienes son. Tú no eres
diferente.
8
LA VOCECITA MECÁNICA HIZO UNA PAUSA, antes de empezar a
repetir las mismas palabras. Decía: “son las 8:00 am. Esta es una llamada de
cortesía”. Earl abrió sus ojos y colocó el auricular en el lugar que
correspondía. El teléfono reposaba en la cabecera de chapa barata que se
extendía por detrás de la cama, pasaba por una esquina y terminaba en el
minibar. La televisión estaba encendida, con imágenes color carne halagándose
entre ellas. Earl se recostó y se sorprendió al verse tan viejo, bronceado y
con el pelo alejándose de su rostro, como rayos de sol. El espejo en el techo
estaba roto y el color plateado se desvanecía en los pliegues. Earl continuó
observándose a sí mismo, estupefacto de lo que veía. Estaba vestido de los pies
a la cabeza, pero su ropa era vieja y desgastada.
Earl tocó una zona familiar de su muñeca izquierda, donde ya
no estaba su reloj. Dejo de mirar el espejo para centrarse en su brazo. Estaba
desnudo y su piel tenía distinto bronceado, como si nunca hubiese tenido un
reloj. El color era igual en toda su piel, con excepción de una flecha negra
ubicada al interior de su muñeca, que señalaba la manga de su camisa. Observó
la flecha por un instante y posiblemente dejó de frotársela para remangar su
camisa.
La flecha apuntaba a una frase tatuada alrededor de la parte
interior de su brazo. Earl leyó la oración una o posiblemente dos veces. Otra
flecha salía del principio de la frase y señalaba un poco más arriba del brazo
de Earl y desaparecía con la manga. Desabotonó su camisa.
Bajó su mirada a su pecho, pudo descifrar las formas, pero
no pudo enfocarse en ellas, razón por la cual, miró al espejo sobre él.
La flecha iniciaba en el brazo de Earl, cruzaba su hombro y
descendía por su torso superior; terminando en la imagén de la cara de un
hombre que ocupaba la mayoría de su pecho. La cara era de un hombre alto,
calvo, con bigote y barba. Era una cara particular, pero como en los retratos
policiales, tenía cierta cualidad irreal.
El resto de su torso superior estaba cubierto por palabras,
frases, partes de información e instrucciones, que estaban escritas al revés,
pero que se veían al derecho en el espejo.
Luego de observar lo anterior, Earl se levantó, abotonó su
camisa y se dirigió al escritorio; donde sacó un lapicero y un pedazo de papel
de cuaderno en el que se dispuso a escribir.
9
No sé dónde estarás cuando leas esto. No estoy seguro si te
importara leer esto. Supongo que no lo necesitas.
De verdad es una lástima que tú y yo nunca nos podamos
conocer. Pero, como dice la canción “Con el tiempo, cuando leas esta nota, yo
ya no estaré”.
Así somos de cercanos en este momento. Es lo que siento.
Muchas piezas ya se han unido, se han dado a entender. Supongo que es cuestión
de tiempo antes de que lo encuentres.
Quien sabe que habremos hecho para llegar ahí. Debe ser una
historia infernal; si tan solo tú pudieras recordar algo de eso. Supongo que es
mejor que no lo hagas.
Creo que me acabo de dar cuenta de algo, que probablemente
encuentres útil.
Todo el mundo está esperando que El Fin de los días empiece,
pero ¿qué pasaría si ya pasó al lado de nosotros? ¿Si la última broma del Día
del Juicio hubiese ocurrido y nosotros no nos percatamos? El Apocalipsis llegó
silenciosamente; los elegidos ya fueron enviados al cielo y el resto de
nosotros, los que fallamos la prueba seguimos vagando, inconscientes de ello;
muertos, errantes mucho después de que los dioses dejaron de prestarnos
atención, optimistas sobre el futuro.
Pienso que si fuera cierto, da igual lo que hagas. No hay
expectativas en ti. Si tú no puedes encontrarlo, no importa, porque nada
importa. Y si tú lo encuentras, podrás matarlo sin temer por las consecuencias,
porque no hay consecuencias.
Eso es lo que pienso ahora, en este miserable cuartico. En
la pared hay fotos enmarcadas de barcos. ¿Dónde estamos? Yo no sé; pero si me
preguntaras, creo que estamos en algún lugar de la costa. Si estas
preguntándote porqué tu brazo izquierdo esta 5 veces más moreno que el derecho,
no sé qué decirte. Supongo que hemos estado manejando mucho tiempo… y no, no sé
qué le paso a tu reloj.
¿Todas esas llaves? ni idea. No reconozco ninguna. Llaves de
autos, llaves de casas, y llavecitas para candados. ¿En qué mierda nos hemos
estado metiendo?
Me pregunto si él se sentirá estúpido cuando lo encuentres,
hallado por el hombre de los diez minutos. Asesinado por un vegetal.
Me iré en un instante. Dejaré el lapicero, cerraré los ojos
y entonces podrás leer esto si quieres.
Solo quiero que sepas que estoy orgulloso de ti. Ya no hay
personas importantes que queden para decírtelo. Las que quedan, tampoco querrán
hacerlo
10
LOS OJOS DE EARL ESTABAN BIEN ABIERTOS, mirando a través de
la ventana del auto. Sus ojos sonreían. Sonreían a través de la ventana en
dirección a la muchedumbre que se reunía en el otro lado de la calle. Aquella
turba aglomerada alrededor del cuerpo de la puerta. El cuerpo que se vaciaba
lentamente a través de la acera en el desagüe de la tormenta.
Un chico gordito, en posición boca abajo y con los ojos
abiertos. Era calvo y tenía barba. En la muerte, como en los retratos
policiales, los rostros tienden a ser todos iguales. Pero este es
definitivamente peculiar, aunque en realidad podría ser cualquiera.
Earl siguió riendo mientras observaba el abyecto cuerpo y el
carro se alejaba del lugar. ¿El carro? ¿Quién lo dice? Puede ser un coche de
policía o simplemente un taxi.
Mientras el auto se adentraba en el tráfico, los ojos de
Earl brillaban bajo la oscuridad de la noche, observando las últimas imágenes
del cuerpo, antes de que este desapareciera en el círculo de peatones
preocupados que se aglomeraba a su alrededor. Reía mientras el vehículo
proseguía con su ruta, alejándose de la muchedumbre.
La sonrisa de Earl empezó a esfumarse poco a poco. Algo le había
ocurrido. Empezó de un momento a otro a buscar en sus bolsillos, de manera
relajada inicialmente, como un hombre que busca sus llaves; pero luego mucho
más desesperado. Posiblemente el par de esposas que estaban en las manos no le
permitía buscar bien. Empezó a vaciar el contenido de sus bolsillos en el
asiento. Algo de dinero, un montón de llaves, trozos de papel.
Un objeto de metal, salió disparado de su bolsillo y rodó a
través del asiento. Earl se puso frenético. Se inclinó con dirección al plástico
que lo separaba del conductor y le suplicó que le prestara un lapicero.
Posiblemente el conductor del taxi no hablaba mucho inglés o posiblemente el
policía no estaba acostumbrado a hablar con los sospechosos. Sea cual sea la
razón, la barrera divisoria entre el hombre que conduce y el pasajero de atrás
siguió cerrado y ningún lapicero fue a parar a sus manos.
El carro pasó sobre un bache y Earl parpadeó mientras
observó su reflejo en el espejo retrovisor. Estaba calmado. El conductor pasó
por otra curva y el objeto de metal se movió en dirección a su pierna mientras
emitía un minúsculo sonido. Lo tomó para observarlo de manera curiosa. Era una
campanita. Una campanita de metal. En ella estaba escrito su nombre y un
compendio de fechas. Reconoció la primera: el año en que nació. La segunda no
significa nada para él. Nada de nada.
Al mover la campanita entre sus manos, se percató que el
espacio en su muñeca donde solía estar su reloj estaba vacío. Solo había una
flecha apuntando a su brazo. Earl observó la flecha y empezó a remangarse su
camisa.
11
“Vas a llegar tarde a tu propio funeral” te decía.
¿Recuerdas? Entre más lo pienso, más tonto lo veo. Qué clase de idiota, después
de todo, tiene alguna especie de prisa por llegar al final de su propia
historia?
Y además, ¿cómo puedo saber si voy tarde? Ya no tengo reloj.
No sé qué hicimos con él.
De todas maneras, ¿para qué putas necesitas un reloj? Era
una antigüedad. Peso muerto para tu muñeca. El símbolo del viejo tú, el que
creía en el tiempo.
No. Tacha eso. No fue hace mucho que perdiste tu fe en el
tiempo de la misma manera que el tiempo perdió la fe en ti. ¿Quién lo necesita?
¿Quién quiere ser uno de esos pobres diablos que viven en la seguridad del
futuro, la seguridad del momento después del momento, en que sintieron algo
fuerte? Viviendo en el momento siguiente, donde ellos no sienten nada.
Arrastrándose por las manecillas del reloj, lejos de la gente que les hizo
cosas innombrables. Creyendo la mentira de que aquel tiempo, curaría todas las
heridas, que no es sino una forma eufemística de decir que el tiempo nos
insensibiliza.
Pero eres diferente. Eres mucho más perfecto. El tiempo
significa tres cosas para la mayoría de la gente, pero para ti, solo una. Una
singularidad, un momento: Este momento. Eres como el centro del reloj, el eje
donde se mueven las manecillas. El tiempo se mueve alrededor de ti, pero nunca
te mueve a ti. Ha perdido la habilidad de afectarte. ¿Qué dicen ellos? ¿Que el
tiempo es un ladrón? No para ti. Cierra tus ojos y podrás empezar una y otra
vez. Evoca esa emoción necesaria tan fresca como las rosas.
El tiempo es un absurdo. Una abstracción. La única cosa que
importa es el momento. Este preciso momento que se repite un millón de veces.
Debes creerme. Si este momento se repite, si sigues intentando –porque tendrás
que seguir intentando – finalmente podrás seguir con el siguiente punto de tu
lista.
[1] En inglés CRS disease, que quiere decir “Can't Remember
Shit Disease” o sea, “no recuerdo una mierda”.
[2] Del
inglés single –serving package.
[3] La frase en el original es “Got the punch line”. “Punch
line es la parte final de un chiste con la que el humorista busca hacer reír.
Como en español no hay un equivalente, eso fue lo mejor que pude hacer con
aquella frase