martes, 21 de junio de 2016

J.D. Salinger (Estados Unidos, 1919- 2010)





EL GUARDIÁN EN EL CENTENO
(Fragmentos)



Empezó a afeitarse otra vez. Siempre lo hacía dos veces para estar guapísimo. Y con la misma cuchilla asquerosa.

—Y si no viniste con la Fitzgerald , con quién entonces? - le pregunté. Había vuelto a sentarme en el lavabo - ¿Con Phyllis Smith?

—No, iba a salir con ella, pero se complicaron las cosas. Ha venido la compañera de cuarto de Bud Thaw. ¡Ah! Se me olvidaba . Te conoce.

—¿Quién? - pregunté.

—La chica ésta.

—¿Sí? - le dije -. ¿Cómo se llama?

Aquello me interesó.

—Esperá.... ¡Ah, sí! Jane Gallaher.

¡Ja! Cuando lo oí por poco me desmayo.

—¡Jane Gallaher! - le dije. Hasta me levanté del lavabo. No me morí de milagro -. ¡Claro que la conozco! Vivía muy cerca de la casa donde pasamos el verano el año antepasado. Tenía un Dobberman. Por eso la conocí. El perro venía siempre a nuestra ...

—Me estás tapando la luz, Holden - dijo Stradlater-. ¿Tenés que ponerte precisamente ahí?

¡Ja! ¡Qué nervioso me había puesto! De verdad.

—¿Dónde está? - le pregunté -. Debería bajar a saludarla. ¿Está en el recibidor?

—Sí.

—¿Cómo es que hablaron de mí? ¿Va a B.M. ahora? Me dijo que iba a ir allí o a Shipley. Creí que al final había decidido ir a Shipley. Pero ¿cómo es que hablaron de mí?

Estaba excitadísimo, de verdad.

—No sé. Levantate, querés? Te sentaste encima de mi toalla - me había sentado en su maldita toalla.
¡Jane Gallaher! ¡No podía creerlo! ¡Quién lo iba a decir! Stradlater se estaba poniendo Vitalis en el pelo. Mi Vitalis.

—Sabe bailar muy bien - le dije -. Baila ballet. Practicaba siempre, dos horas al día aunque hiciera un calor horroroso. Tenía mucho miedo de que se le estropearan las piernas,... de que se le pusieran gordas. Jugábamos a las damas todo el tiempo.

—¿Jugaban a qué?

—A las damas.

—¿A las damas? No jodas.

—Sí. Ella nunca las movía, a las damas. Cuando tenía una, nunca la movía. La dejaba en la fila de atrás. Le gustaba verlas así, todas alineadas. No las movía.

Stradlater no dijo nada. Esas cosas casi nunca interesan a nadie.

.....
”Era un taxi viejísimo que olía como si alguien hubiera acabado de vomitar dentro. Siempre me toca uno de ésos cuando voy a algún lado de noche. Pero más deprimente todavía era que las calles estuvieran tan tristes y solitarias a pesar de ser sábado. Apenas se veía a nadie. De vez en cuando cruzaban un hombre y una mujer abrazados por la cintura, o una pandilla de tipos riéndose como hienas de algo que apuesto la cabeza a que no tenía la menor gracia. Nueva York es terrible cuando alguien se ríe de noche. La carcajada se oye a millas y millas de distancia, y hace que uno se sienta aún más triste y deprimido. En el fondo, lo que me hubiera gustado habría sido ir a casa un rato y charlar con Phoebe. Pero, en fin, como les iba diciendo, subí al taxi, y pronto el taxista empezó a darme un poco de conversación. Se llamaba Howitz y era mucho más simpático que el anterior. Por eso se me ocurrió que a lo mejor sabía lo de los patos.

-Dígame, Howitz -le dije-. ¿Pasa usted muchas veces junto al lago del Central Park?

-¿Qué?

-El lago, sabe. Ese lago pequeño que hay cerca de Central South Park.

Donde están los patos. ¿Sabe, no?

-Sí. ¿Qué pasa con ese lago ?

-¿Se acuerda de esos patos que hay siempre nadando ahí? Sobre todo en primavera. ¿Sabe usted por casualidad dónde van en invierno?

-¿Adónde va, quién?

-Los patos. ¿Lo sabe usted, por casualidad? ¿Viene alguien a llevárselos a alguna parte en un camión o se van ellos por su cuenta al sur, o qué hacen?

El tal Howitz volvió la cabeza en redondo para mirarme. Tenía muy poca paciencia, pero no era mala persona.

-¿Cómo quiere que lo sepa? -me dijo-. ¿Cómo quiere que sepa semejante estupidez?

-Bueno, no se enoje por eso.

-¿Quién se enoja? Nadie se enoja.

Decidí que si iba a tomarse las cosas tan a pecho, mejor era no hablar. Pero fue él quien sacó de nuevo la conversación. Volvió otra vez la cabeza en redondo y me dijo:

-Los peces son los que no se van a ninguna parte. Los peces se quedan en el lago. Esos sí que no se mueven.
……
” Único hijo de un acaudalado matrimonio de misioneros, el “hombre que ríe” había sido raptado en su infancia por unos bandidos chinos. Cuando el acaudalado matrimonio se negó (debido a sus convicciones religiosas) a pagar el rescate para la liberación de su hijo, los bandidos, considerablemente agraviados, pusieron la cabecita del niño en un torno de carpintero y dieron varias vueltas hacia la derecha a la manivela correspondiente. La víctima de este singular experimento llegó a la mayoría de edad con una cabeza pelada, en forma de nuez (pacana) y con una cara donde, en vez de boca, exhibía una enorme cavidad ovalada debajo de la nariz. La misma nariz se limitaba a dos fosas nasales obstruidas por la carne. En consecuencia, cuando el “hombre que ríe” respiraba, la abominable siniestra abertura debajo de la nariz se dilataba y contraía (yo la veía así) como una monstruosa ventosa. (El Jefe no explicaba el sistema de respiración del “hombre que ríe” sino que lo demostraba prácticamente.) Los que lo veían por primera vez se desmayaban instantáneamente ante el aspecto de su horrible rostro. Los conocidos le daban la espalda. Curiosamente, los bandidos le permitían estar en su cuartel general-siempre que se tapara la cara con una máscara roja hecha de pétalos de amapola. La máscara no solamente eximía a los bandidos de contemplar la cara de su hijo adoptivo, sino que además los mantenía al tanto de sus andanzas; además, apestaba a opio. Todas las mañanas, en su extrema soledad, el “hombre que ríe” se iba sigilosamente (su andar era suave como el de un gato) al tupido bosque que rodeaba el escondite de los bandidos. Allí se hizo amigo de muchísimos animales: perros, ratones blancos, águilas, leones, boas constrictor, lobos. Además, se quitaba la máscara y les hablaba dulcemente, melodiosamente, en su propia lengua. “

......
... miró a Franny

- ¿ Me escuchas o no?

- Sí.

- Tienes a dos de los mejores profesores del país en tu maldito Departamento de Inglés. Manlius. Espósito. Dios mío, ya quisiera yo tenerlos aquí. Por lo menos son poetas.

- No, no lo son -dijo Franny-. En parte eso es lo espantoso. Quiero decir que no son verdaderos poetas. No son más que personas que escriben poemas que se publican y aparecen en antologías por todas partes, pero no son poetas.

Se calló, incómoda, y apagó el cigarrillo. Desde hacía minutos había ido palideciendo. De repente su lápiz de labios parecía un tono o dos más claro, como si se lo hubiese quitado con un pañuelo de papel.

- No hablemos de eso -dijo, casi con indiferencia, aplastando la colilla en el cenicero-. Estoy desatada. Voy a estropearte el fin de semana. Ojalá hubiera una trampa debajo de mi silla y me hiciera desaparecer.

El camarero se acercó un momento y dejó otro Martini delante de cada uno. Lane rodeó con sus dedos -que eran finos y largos y casi siempre estaban a la vista- el pie de la copa.

- No estás "estropeando" nada -dijo en voz baja. Simplemente me interesa averiguar de qué diablos se trata. Quiero decir, ¿hay que ser un maldito bohemio, o estar muerto, por Dios santo, para ser un "verdadero poeta"?

¿Qué es lo que quieres, un idiota de pelo largo?

- No. ¿Por qué no lo dejamos pasar? Por favor. Me siento absolutamente fatal, y me está entrando un terrible...

- Estaría encantado de dejar el tema.... me encantaría. Pero dime primero qué es un "verdadero poeta", si no te importa. Me encantaría. De verdad.

Había un ligero brillo de transpiración en la frente de Franny. Posiblemente era sólo que hacía demasiado calor en el comedor, o que los martinis estaban demasiado fuertes, o que tenía el estómago revuelto; en cualquier caso, Lane no pareció notarlo.

- No sé qué es un verdadero poeta. Me gustaría que terminaras, Lane. En serio. Me siento muy mal y muy rara, y no puedo...

- Está bien, está bien... De acuerdo. Tranquila -dijo Lane-. Sólo trataba de...
- Lo que yo sé es esto, nada más -dijo Franny-. Que si eres poeta, haces algo hermoso. Quiero decir que dejas algo hermoso cuando terminas la página o lo que sea. Esos de los que tú hablas no dejan ni una sola cosa hermosa. Lo único que hacen, tal vez, los que son algo mejores, es meterse en tu cabeza y dejar "algo" allí, pero el que lo hagan, el que sepan "dejar algo" no significa que sea un poema, no ¡por Dios! Puede tratarse simplemente de una especie de excrementos, terriblemente fascinantes y sintácticos, con perdón. Como pasa con Manlius y Espósito y todos esos pobres hombres.

Lane se tomó tiempo para encender un cigarrillo antes de decir nada.

-Creí que te caía bien Manlius. De hecho, si no recuerdo mal, hace aproximadamente un mes, dijiste que era "un encanto"y que tú...

-Y me cae bien. Estoy harta de que la gente me caiga bien solamente. Quisiera conocer alguien que pudiese respetar... ¿Me disculpas un momento?

Franny se puso de pie con el bolso en la mano. Estaba muy pálida.
…… (La señora Glass (Bessie), madre de los siete hermanos prodigio, empezando por Seymour -que se ha suicidado hace varios años- y terminando por Zooey y Franny, habla con el primero sobre la crisis nerviosa con ribetes místicos que está atravesando la segunda; la escena, en el baño de la casa materna.)

...la señora Glass dio un innecesario tirón a su redecilla, luego sacó los cigarrillos y las cerillas, pero únicamente los sostuvo en la mano.

-Para tu información -dijo-, yo no dije que fuera a llamar al psicoanalista de Philly Byrnes, sólo dije que estaba pensando en hacerlo. En primer lugar, no se trata de un psicoanalista cualquiera. Da la casualidad de que es un psicoanalista católico y muy devoto, y pensé que podría ser mejor eso que quedarse sentado y ver cómo esa niña...

-Bessie, te lo advierto, maldita sea. Me da lo mismo que sea un veterinario budista muy devoto. Si llamas a algún...

-No es preciso ponerse sarcástico, jovencito. Conozco a Philly Byrnes desde que era un niño pequeño. Tu padre y yo actuamos con sus padres en el mismo programa durante años. Y sé seguro que ir al psicoanalista ha convertido a ese muchacho en una persona absolutamente nueva y encantadora. Estuve hablando con su...

Zooey dejó el peine dentro del botiquín con un golpe seco, luego cerró la puerta del armarito con un gesto de impaciencia.

-¡Qué estúpida eres, Bessie! -dijo-. Philly Byrnes. Philly Byrnes es un pobre hombre, impotente, sudoroso y cuarentón, que ha dormido durante años con un rosario y un número de Variety debajo de la almohada. Estamos hablando de dos cosas tan distintas como el día y la noche. Ahora...escúchame, Bessie -Zooey se volvió para mirar de frente a su madre y la examinó cuidadosamente, con la palma de la mano sobre el lavabo, como buscando apoyo-. ¿Me escuchas?

La señora Glass terminó de encender otro pitillo antes de comprometerse. Luego, exhalando el humo y sacudiendo imaginarias briznas de tabaco de su regazo, contestó sombríamente:

-Te escucho.

-De acuerdo. Ahora te estoy hablando muy en serio. Si tú... Escúchame bien. Si no quieres, o no puedes, pensar en Seymour, sigue adelante y llama a algún psicoanalista ignorante. Hazlo. Llama a algún analista experto en adaptar a la gente a los placeres de la televisión, de la revista Life todos los miércoles, de los viajes a Europa, de la bomba H, de las elecciones presidenciales, de la portada del Times, de las responsabilidades de la Asociación de Padres y Profesores de Westport y Oyster Bay, y Dios sabe qué otras cosas gloriosamente normales..., hazlo, y te juro que, en menos de un año, Franny estará en un manicomio o vagando por un maldito desierto con una cruz ardiente en las manos.

La señora Glass sacudió más briznas de tabaco imaginarias.

-Está bien, está bien. No te alteres tanto -dijo-. Por Dios santo, nadie ha llamado a nadie.

Zooey abrió bruscamente la puerta del armarito, contempló el interior, sacó una lima de uñas y cerró la puerta. Tomó el cigarrillo que había puesto en el borde del estante de cristal y le dio una chupada, pero estaba apagado.

-Toma- dijo su madre y le tendió su paquete de extra largos y su carterita de fósforos.

Zooey tomó un cigarrillo del paquete y llegó a ponérselo entre los labios y a encender un fósforo, pero la presión de sus pensamientos le impidió ir más allá; apagó la cerilla y se quitó el pitillo de la boca. Sacudió la cabeza con impaciencia.

-No sé -dijo-. Me parece que debe de haber un psicoanalista escondido en alguna parte que podría ayudar a Franny..., lo pensé anoche -hizo una ligera mueca-. Pero yo no conozco a ninguno. Para que un psicoanalista le sirviera de algo a Franny, tendría que ser un tipo muy especial. No sé. Tendría que creer que si tuvo la inspiración de estudiar psicoanálisis fue por la gracia de Dios. Tendría que creer que si no le atropelló un maldito camión antes de que obtuviera su licencia para ejercer, fue por la gracia de Dios. Tendría que creer que si posee la inteligencia natural que le permite ayudar en algo a sus malditos pacientes es por la gracia de Dios. No conozco a ningún buen analista que piense nada parecido. Pero ése es el único tipo de psicoanalista que podría servirle a Franny. Si da con alguien terriblemente freudiano, o terriblemente ecléctico, o sólo terriblemente mediocre, alguien que ni siquiera sienta una absurda y misteriosa gratitud por poseer intuición e inteligencia..., saldrá del análisis en peor estado que Seymour. Me preocupa horrores pensar en eso...

……
Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A D.B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana. El será quien me lleve a casa cuando salga de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un «Jaguar», uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado. Ahora está forrado el tío. Antes no. Cuando vivía en casa era sólo un escritor corriente y normal. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D.B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren.
……
“Creí que era, “Si un cuerpo coge a otro cuerpo” -le dije-, pero, verás. Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adonde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.
……
Pensé que encontraría trabajo en una gasolinera poniendo a los coches aceite y gasolina. Pero la verdad es que no me importaba qué clase de trabajo fuera con tal de que nadie me conociera y yo no conociera a nadie. Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida. Pensarían que era un pobre hombre y me dejarían en paz. Yo les llenaría los depósitos de gasolina, ellos me pagarían, y con el dinero me construiría una cabaña en algún sitio y pasaría allí el resto de mi vida. La levantaría cerca del bosque, pero no entre los árboles, porque quería ver el sol todo el tiempo. Me haría la comida, y luego, si me daba la gana de casarme, conocería a una chica guapísima que sería también sordomuda y nos casaríamos. Vendría a vivir a la cabaña conmigo y si quería decirme algo tendría que escribirlo como todo el mundo. Si llegábamos a tener hijos, los esconderíamos en alguna parte. Compraríamos un montón de libros y les enseñaríamos a leer y escribir nosotros solos”.
 …..
“Nunca puedo rezar cuando quiero. En primer lugar porque soy un poco ateo. Jesucristo me cae bien, pero con el resto de la Biblia no puedo. Esos discípulos, por ejemplo. Si quieren que les diga la verdad no les tengo ninguna simpatía. Cuando Jesucristo murió no se portaron tan mal, pero lo que es mientras estuvo vivo, le ayudaron como un tiro en la cabeza. Siempre le dejaban más solo que la una. Creo que son los que menos trago de toda la Biblia. Si quieren que les diga la verdad, el tío que me cae mejor de todo el Evangelio, además de Jesucristo, es ese lunático que vivía entre las tumbas y se hacía heridas con las piedras. Me cae mil veces mejor que los discípulos”.
……
 “Una de las cosas malas que tengo es que nunca me ha importado perder nada. Cuando era niño, mi madre se enfadaba mucho conmigo. Hay tíos que se pasan días enteros buscando todo lo que pierden. A mí nada me importalo bastante como para pasarme una hora buscándolo. Quizá por eso sea un poco cobarde. Aunque no es excusa, de verdad. No se debe ser cobarde en absoluto, ni poco ni mucho. Si llega el momento de romperle a uno la cara, hay que hacerlo. Lo que me pasa es que yo no sirvo para esas cosas. Prefiero tirar a un tío por la ventana o cortarle la cabeza a hachazos, que pegarle un puñetazo en la mandíbula. Me revientan los puñetazos. No me importa que me aticen de vez en cuando —aunque, naturalmente, tampoco me vuelve loco—, pero si se trata de una pelea a puñetazos lo que más me asusta es ver la cara del otro tío. Eso es lo malo. No me importaría pelear si tuviera los ojos vendados. Sé que es un tipo de cobardía bastante raro, la verdad, pero aun así es cobardía. No crean que me engaño”.
……
“Antes yo era tan tonto que la consideraba inteligente porque sabía bastante de literatura y de teatro, y cuando alguien sabe de esas cosas cuesta mucho trabajo llegar a averiguar si es estúpido o no. En el caso de Sally me llevó años enteros darme cuenta de que lo era. Creo que lo hubiera sabido mucho antes si no hubiéramos pasado tanto tiempo besándonos y metiéndonos mano.”
……
“Supongo que eso no estaría mal, pero no me gusta. Me gustaría si los abogados fueran por ahí salvando de verdad vidas de tipos inocentes, pero eso nunca lo hacen. Lo que hacen es ganar un montón de pasta, jugar al golf y al bridge, comprarse coches, beber martinis secos y darse mucha importancia. Además, si de verdad te. pones a defender a tíos inocentes, ¿cómo sabes que lo haces porque quieres salvarles la vida, o porque quieres que todos te consideren un abogado estupendo y te den palmaditas en la espalda y te feliciten los periodistas cuando acaba el juicio como pasa en toda esa imbecilidad de películas? ¡Cómo sabes tú mismo que no te estás mintiendo? Eso es lo malo, que nunca llegas a saberlo”.
……
 “El oficial de marina y yo nos dijimos que estábamos encantados de habernos conocido, que es una cosa que me fastidia muchísimo. Me paso el día entero diciendo que estoy encantado de haberlas conocido a personas que me importan un comino. Pero supongo que si uno quiere seguir viviendo, tiene que decir tonterías de esas.”

lunes, 13 de junio de 2016

Truman Capote

A sangre fria (fragmento)





En el libro, el doctor Jones expone lo siguiente (sobre uno de los asesinos -Perry-) ante un juez: 


—Perry Smith presenta síntomas indiscutibles de una grave enfermedad mental. Su infancia, que él me relató y que yo verifiqué con los informes del archivo de la penitenciaría, se caracterizó por la brutalidad e indiferencia de ambos progenitores. A lo que parece, ha crecido sin orientación, sin amor y sin asimilar nunca un sentido claro de los valores morales... Capta con hipersensibilidad todo lo que sucede a su alrededor y no presenta síntoma alguno de confusión. De inteligencia superior a la media, posee una buena cantidad de información, considerando la escasa educación recibida... En los rasgos de su personalidad, destacan dos claramente patológicos. El primero es su «paranoica» orientación hacia el mundo externo: es receloso y desconfiado, tiende a creer que los demás lo discriminan, que no son justos con él y que no lo comprenden. Hipersensible a las críticas, no puede soportar que se burlen de él. Capta inmediatamente el desprecio o la ofensa y con frecuencia interpreta mal palabras bienintencionadas. Siente que necesita amistad y comprensión pero se resiste a confiar en los demás y cuando lo hace espera ser mal interpretado o incluso traicionado. Al valorar las intenciones y sentimientos de los demás, le es casi imposible separar la situación real de su propia proyección mental. Con mucha frecuencia agrupa a las personas considerándolas en masa hipócritas, hostiles y merecedoras de cualquier cosa que él pueda hacerles. Relacionado con este rasgo, aparece otro, una rabia, siempre presente, pero dominada, que se dispara fácilmente ante la menor sensación de ser engañado, despreciado o considerado inferior. En su mayor parte, los accesos de ira de su pasado se dirigieron contra símbolos de la autoridad: padre, hermano mayor, sargento, funcionario que le concedió libertad bajo palabra; y en varias ocasiones lo impulsaron a una conducta violentamente agresiva. Tanto él como las personas que frecuenta conocen esos ataques de ira que, según dice, «le suben por dentro» y el poco dominio que tiene sobre ellos. Esa rabia, cuando se vuelve contra sí mismo, le provoca ideas de suicidio. La desproporcionada fuerza de su ira y su incapacidad para dominarla o encauzarla, traducen una grave debilidad en la estructura de su personalidad... Además de estas características, el sujeto presenta débiles síntomas de desorden en sus procesos mentales. Tiene escasa capacidad de ordenar su pensamiento, no parece en condiciones de organizarlo o sintetizarlo, perdiéndose en detalles y algunos de sus razonamientos reflejan un contenido «mágico», un desprecio de la realidad... Ha tenido pocos lazos emotivos profundos con otras personas y aun esos pocos no han podido sobrevivir a pequeñas crisis. Siente escasa consideración para con todo aquel que no forme parte de su reducido círculo de amigos y concede muy poco valor real a la vida humana. Su aislamiento emotivo y su indiferencia en ciertos campos es otra prueba de su anormalidad mental. Para un diagnóstico psiquiátrico exacto sería necesario un examen más profundo, pero la actual estructura de su personalidad se acerca mucho a una esquizofrenia paranoica. 

jueves, 2 de junio de 2016

Juan Villoro

EL MAL FOTOGRAFO
Recuerdo a mi padre alejarse del grupo donde se servía limonada. En las playas o los jardines, siempre tenía algún motivo para apartarse de nosotros, como si los niños causáramos insolación y tuviese que buscar sombra en otra parte.
Puedo ver su cara recortada en el quicio de una puerta, fumando con desgano, con la rutina parda del adicto que hace mucho dejó de disfrutar el vicio. Nunca se quitaba la corbata. Para él las vacaciones eran el momento en que se manchaba la corbata y no le importaba. Sólo se ponía otra al volver al trabajo.
Supongo que nunca se adaptó a nosotros. Nos tomaba en cuenta con la calmosa dedicación con que alguien deja caer gotas azules en un acuario.
También el verdadero sol lo molestaba. Le sacaba pecas en los antebrazos, cubiertos de vellos rojizos. No era un hombre de intemperie. Lo único que disfrutaba de las vacaciones era el trayecto, las muchas horas a bordo del coche. Entonces cantaba una canción sobre un caballo de carreras. Aunque el caballo perdía siempre, su voz sonaba feliz y libre. Una voz hecha para el camino.
Distanciarse estaba en su carácter. Nunca lo vimos tomar una fotografía, pero las fotos que encontramos muchos años después deben ser suyas. Estuvo suficientemente cerca y suficientemente lejos de nosotros para retratarnos. Lo imagino con una de esas cámaras que se colgaban del hombro y tenían estuche de cuero.
Las fotos recogen jardines olvidados y casas donde tal vez dormimos una noche, en camino a otra parte. Entonces éramos más rubios, más blancos, más antiguos. Una época pálida, antes de que la fotografía a color se volviera enfática. A mi padre le iban bien esos tonos indecisos, donde un coche azul parecía más gris de lo que era.
Nadie guardó las fotos en un álbum, tal vez porque eran malas, tal vez porque pertenecían a una época que se volvió complicado recordar.
En las tomas aparecen objetos que sólo a mi padre le hubiera interesado retratar. Las bancas, los postes de luz, los tejados, los coches –sobre todo los coches- sobreviven mejor que nosotros. Ciertas fotos oblicuas o movidas parecen tomadas desde un auto en movimiento.
El dato final y decisivo para asociarlas con mi padre es que después no hubo otras. Una tarde subió a su Studebacker y no volvimos a saber de él.
Las fotografías aparecieron en un desván, dentro de una maleta con correas, estampada con nombres de hoteles a los que no fuimos nosotros. Supongo que las dejó ahí para que lo conociéramos de otro modo, para que supiéramos lo mal fotógrafo que había sido, cuán frágil era su pulso, la falta de concentración que determinaba su mirada. Un detective a sueldo hubiera hecho mejor trabajo.
¿Es posible que el autor de las fotografías sea otro? No lo creo. La torpeza, el desapego, la atención vacilante son una firma clara.
De mi padre sabemos lo peor: huyó; fuimos la molestia que quiso evitarse. Las fotos confirman su dificultad para vernos. Curiosamente, también muestran que lo intentó. Con la obstinación del mediocre, reiteró su fracaso sin que eso llegara a ser dramático. Nunca supimos que sufriera. Ni siquiera supimos que fotografiaba.
Hubo un tiempo en que vivimos con un fotógrafo invisible. Nos espiaba sin que ganáramos color. Que alguien incapaz de enfocar nos mirara así, revela un esfuerzo peculiar, una forma secreta del tesón. Mi padre buscaba algo extraviado o que nunca estuvo ahí. No dio con su objetivo, pero no dejó de recargar la cámara. Sus ojos, que no estaban hechos para vernos, querían vernos.
Las fotos, desastrosas, inservibles, fueron tomadas por un inepto que insistía.
Una tarde subió al Studebacker. Supongo que cantó su canción del caballo, una y otra vez, hasta que en un recodo solitario ganó, al fin, una carrera.