Julio Cortázar
Las palabras
Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden
llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o
los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal
empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad. En vez
de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas
de la comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o
las oímos caer como piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje,
o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas como monedas
gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas
como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados. (…)
Sin la palabra no habría historia y tampoco habría amor;
seriamos, como el resto de los animales, mera sexualidad. El habla nos une como
parejas, como sociedades, como pueblos. Hablamos porque somos, pero somos
porque hablamos. Y es entonces que en las encrucijadas críticas, en los
enfrentamientos de la luz contra la tiniebla, de la razón contra la brutalidad,
de la democracia contra el fascismo, el habla asume un valor supremo del que no
siempre nos damos plena cuenta. (…)
Es tiempo de decirlo: las hermosas palabras de nuestra lucha
ideológica y política no se enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el
mal uso que les dan nuestros enemigos y que en muchas circunstancias les damos
nosotros. Una crítica profunda de nuestra naturaleza, de nuestra manera de pensar,
de sentir y de vivir, es la única posibilidad que tenemos de devolverle al
habla su sentido más alto, limpiar esas palabras que tanto usamos sin acaso
vivirlas desde adentro, sin practicarlas auténticamente desde adentro, sin ser
responsables de cada una de ellas desde lo más hondo de nuestro ser. Sólo así
esos términos alcanzarán la fuerza que exigimos en ellos, sólo así serán
nuestros y solamente nuestros. La tecnología le ha dado al hombre máquinas que
lavan las ropas y la vajilla, que le devuelven el brillo y la pureza para su
mejor uso. Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental
de lavar, y que esa máquina es su inteligencia y su conciencia; con ella
podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo
debilitan. Sólo así lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a
nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su
palabra.
de Las palabras(frag.)
Extraído de la charla pronunciada en el centro cultural La Villa de Madrid en 1981